Una noche de Pasión

 —Me has conocido en un momento extraño de mi vida decía la chica al muchacho que la acompañaba, mientras él la observaba embelesado.

Clara y Luis caminaban despacio, de camino a la casa de ella. Aún quedaban bastantes horas para la madrugada, pero era bastante tarde. Se habían conocido en una discoteca de la ciudad en la que vivían y el chispazo había sido casi instantáneo. Después de bailar un poco y hablar y reír con sus amigos, se habían sentado en una mesa del local y, tras un rato de agradable charla, dieron rienda suelta a sus pasiones. Estuvieron besándose durante casi toda la noche y, cuando ella pensó que era buena hora para regresar a casa, él quiso acompañarla. Andaban cogidos de la mano, paseando bajo la luz de las farolas. De tanto en tanto, juntaban sus labios y volvían a besarse, sintiendo la lengua del otro. El cielo estaba despejado y una preciosa luna llena destacaba en un cielo negro y bañado de estrellas.

Media hora después, llegaron al portal de Clara. Ella se despidió con un apasionado beso en la boca y abrió el portal para ir a su piso, pero Luis le tiró tierna y suavemente de la mano para abrazarla. Sentía una imperiosa necesidad de pasar lo que quedaba de noche con ella. Nunca había deseado tanto a una mujer como la deseaba a ella.

—¿No quieres que suba? preguntó el chico. No quiero que esta noche acabe.

Ella le miró sorprendida y al rato sonrió con afecto.

—No creo que sea buena idea dijo. Será mejor que lo dejemos para otro día.

—¿Por qué? quiso saber Luis. Clara, tú me gustas mucho. Quiero pasar la noche contigo, quiero...

—Tú también me gustas mucho contestó Clara. De verdad, créeme. Pero insisto en que no es una buena idea. No es por ti, mi amor, es por mí. No es el mejor momento de mi vida, ya te dije que estoy pasando por un momento extraño de mi vida repitió, confusa, y añadió. Es una época de cambios, y prefiero que no seas testigo de esos cambios..

—No me importa dijo Luis. No me importa los cambios por los que estés pasando, me gustas por cómo eres, tu personalidad, tu forma de reír. Te quiero, Clara, nunca había sentido nada como esto por nadie más.

Ante las insistencias del chico y los efectos del alcohol que había ingerido durante la noche, suspiró y accedió a llevarle a su casa. Cuando cerró la puerta del piso tras de sí, iniciaron otra vez el juego del amor, y se abrazaron y se besaron. Se dirigieron a su cuarto y se tumbaron en la cama, abrazados. Poco a poco, Luis empezó a desnudar a la muchacha. Cuando le quitó el suéter, se sorprendió de lo delgados que tenía los brazos. Eran largos y delicados y terminaban en unas manos con dedos grandes y afilados. Quitó importancia al asunto y continuó luchando contra el sostén. Ella, a su vez, le estaba quitando los pantalones, los dos presa de la pasión. Quedaron un rato desnudos, besándose y acariciándose el cuerpo el uno al otro, y Clara decidió pasar a la acción. Se puso encima de él, metió su pene ya erecto en la vagina y empezó a moverse de arriba a abajo, cada vez más rápido. Él la siguió con movimientos rítmicos, acompasando los de ella.

Entonces, cuando Luis sintió que iba a llegar al clímax, miró a la cara a la chica, que había empezado a abrir la boca. Y entonces se fijó en sus dientes. No se había dado cuenta de lo largos y afilados que los tenía hasta ese momento, y un escalofrío recorrió su espalda. Eran como pequeñas y punzantes cuchillas. Su mirada también era extraña. Creyó encontrar un matiz rojizo en sus pupilas, y le dio la impresión de que había entrado en una especie de trance. Y de repente, sin previo aviso, la cabeza de Clara salió disparada hacia él y sus dientes se cerraron en torno a su cráneo. El crujido de su propia calavera al romperse resonó en sus oídos, pero ya era demasiado tarde. Clara escupió la cubierta convexa que cubría el cerebro del chico y empezó devorarlo con avidez mientras emitía furiosos gruñidos. Cuando el espeluznante festín llegó a su fin, la muchacha pareció recobrar la conciencia y miró el cadáver del que había sido su amor durante una noche, y sintió unas intensas ganas de llorar.

—Te lo dije declaró desconsolada. Te dije que estaba pasando por una etapa de cambios, pero tú no quisiste escuchar. ¿Por qué no podías esperar? Me siento como una mantis, una mantis que necesita devorar a su pareja cuando se aparea.

Mientras Clara se llevaba las manos a la cara y empezaba a sollozar, las primeras luces de la mañana entraron por la ventana cerrada.


Comentarios

Entradas populares de este blog

El Cazador

Santa Compaña

El Diablo escribe con la mano izquierda