Campo a través

Estaba empezando a pensar que finalmente tenían la muerte encima y que era preciso buscar un sitio para esconderse donde no pudiera encontrarlos. La hierba era tan alta como una casa, y el hombre guio a sus hijos entre los anchos tallos. El olor fresco de la maleza lo llenaba todo, y entraba con tanta intensidad en sus fosas nasales que le producía una sensación de mareo. En otra ocasión incluso le hubiera parecido un aroma placentero, pero en aquellos momentos lo aborrecía hasta la náusea. A lo lejos, oyó unos pasos retumbantes que se acercaban con sorprendente rapidez. Sus hijos gritaron de terror, y él hizo todo lo posible por calmarlos.

Mientras corría desesperado, empujando a los hijos mayores y llevando al pequeño en brazos, reparó en un agujero que algo había practicado en el suelo. Guio a sus retoños hasta la entrada del boquete y se internó en su interior. Cuando comprobó la seguridad del lugar, permitió que sus pequeños entraran. Luego esperó a que los atronadores pasos se acercasen más y más, produciendo un estruendo creciente. Cuando notó que el suelo temblaba, hizo acopio de valor y asomó la cabeza para mirar. Lo que vio le llenó de asombro y de terror.

Lo que vio fue un hombre. Vestía unas botas negras que llegaban poco más abajo de las rodillas, y una especie de buzo verde. Con dos robustos brazos sujetaba lo que parecía que era una desbrozadora que estaba intentando encender. El hombre volvió con sus hijos, pálido como un muerto, y los abrazó con fuerza, diciéndoles que todo saldría bien, aunque para sus adentros no tenía ni idea de cómo iban a salir de aquélla. El hombre de fuera consiguió encender la motoguadaña. Él era tan enorme y ellos tan diminutos...

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